jueves, 3 de marzo de 2016

Quiero, como le prometí cuando nació, ayudarle a ser feliz.

Son las 8 de la tarde, estoy cansada y mi hija de casi 4 años no para de protestar por todo. Ha entrado en modo bucle (si…no…si…no) y el momento del grito y en el que toda la psicología está a punto de irse al traste se va acercando. Es una situación extrema para las dos. Los niños y niñas a esas edades están estrenando, algunos, otros aún no (cada uno a su ritmo), nuevas emociones que todavía no saben regular y que, a las mamis y a los papis, la rutina, el cansancio y el día a día nos hace difícil sobrellevar.

Algunas veces me veo a mi misma diciéndole “pero no te enfades por tonterías” (sin darme cuenta de que lo que para mi son tonterías…para ella puede significar el mundo) o “no llores” (como si fuera capaz de controlar algo que a mi edad y con algunas canas en la cabeza yo no puedo hacer)…y me recuerdo a mi misma otra vez la importancia de lo que sentimos, cómo lo sentimos y cómo lo expresamos. 

Todo esto me hace reflexionar sobre la relevancia de las emociones a la hora de relacionarnos con los demás y para ser feliz. Quiero, como mamá, ser capaz de enseñarle a mi pequeña a reconocer las diferentes emociones en ella y en los demás. Quiero que las acepte todas, porque no hay ninguna mala, y que las deje pasar. Quiero que tenga las herramientas para eso mismo, dejarlas pasar, o para controlarlas cuando sea necesario. Quiero que sea capaz de ponerse en el lugar de la otra persona para poder entender su manera de sentir y su situación. Quiero, en otras palabras, ayudarle a cultivar eso que llaman inteligencia emocional. 

Quiero, como le prometí cuando nació, ayudarle a ser feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario