Es difícil
olvidar esta frase que me repetía mi abuela, sobre todo después de llegar a una
edad. Comprendes que cuando vives las distintas experiencias de tu vida, puedes
recibir el aprendizaje que de ellas se desprenden. En el juego de la vida está
estipulado que las experiencias sean personales e intransferibles, o sea, que
no las podemos donar, ni prestar, ni dejar en herencia, porque cada ser vivo
transita su propio camino de "baldosas amarillas" y cada cual
necesita un aprendizaje concreto en cada momento de su camino para poder pasar
a la siguiente baldosa, para poder pasar a la siguiente etapa del juego, si lo
prefieren en términos del mundo digital.
Pero así como
ahora entiendo desde otro punto esta frase y me ayuda a respetar el momento
personal en el aprendizaje de los que me rodean, reconozco lo irritante que me
parecía cuándo en mi adolescencia me la decía ella. Hacía que me sintiera
limitada en mis movimientos, como encajonada en una senda que me conducía a la
experimentación en "cabeza propia", con la sensación de un peso
enorme suspendido sobre ella a punto de caerme encima. En estos momentos
hubiera agradecido un faro que me permitiera ver que el camino lo elegía yo,
guiada por mi interior, confiada en mis cualidades aún por descubrir, o cuando
menos, por afianzar.
Con el tiempo
pude percibir la importancia de mostrar los dones y cualidades que todos y cada
uno de nosotros llevamos dentro y que en el tránsito de la adolescencia tanto
bien aportan fomentando la seguridad en uno mismo, la consciencia y serenidad
necesarias para tomar decisiones que afectarán a nuestro futuro, que nos
llevará a ser adolescentes más plenos y adultos más responsables. Un
faro de luz interior que les ayude a no perder su camino.

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