Desde su cocina, con la taza de café con leche
en la mano, disfruta de la vista de la ventana del salón, del sabor del líquido
de la taza, del momento del desayuno.
Hace tiempo que decidió no leer ni hacer otra
cosa que estar. En la textura de los alimentos, en el sabor, en la consciencia
de que alimenta su cuerpo, su mente y su ser. Estar en el desayuno.
Hoy, sin embargo, ha hecho una excepción y ha
leído una historia de una niña de 14 años boliviana, y antes de tomar la taza
entre sus manos y mirar al cielo, a la nada, al todo, ha pensado en el mundo,
en qué raro funciona. En cómo algunas personas lo tienen todo, a otras no les
falta de nada y a otras les falta de todo, sin ser ninguno de los casos
indicativo de poseer más o menos felicidad. En cómo y sin razón aparente,
algunas personas son conscientes de su camino y tienen tan claro lo que en él
tienen q hacer y en cómo otras no saben dónde están ni hacia donde van. En cómo
este mundo es una mezcla de todo grado de consciencia conviviendo unos juntos a
otros, en cómo los hilos de nuestras vidas se cruzan y entrecruzan para darnos
pequeños mensajes que nos despiertan, como si de una coreografía se tratara…En
cómo la vida sigue, es y sigue su camino a pesar de todo lo anterior.
Y así
decide disfrutar de su tiempo de desayuno consciente y meditativo, autoimpuesto
y de escribir aquello que la vida despertó en su alma con el primer sorbo de
vida del día.
